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Errepar27/07/2023
Sergio Arce y Gustavo Velesquen Sáenz analizan el impacto de las nuevas tecnologías de las TICs en la producción de bienes y servicios
Las tecnologías de la información y las comunicaciones (en adelante las TICs), han transformado la realidad cotidiana de la sociedad mundial, imponiendo una nueva forma de comunicación e interrelación entre las personas.
En el campo de la producción de bienes y prestación de servicios, dichas tecnologías irrumpieron fuertemente, generando cambios claramente revolucionarios, en cuanto a la optimización de los sistemas empresariales clásicos para la creación de capital.
En tal sentido, la denominada economía digital está configurando un ecosistema empresarial en el que los procesos industriales se ven caracterizados por la adopción de robots y sistemas inteligentes automatizados, que se encuentran interconectados, al tiempo que los proveedores de servicios han implementado plataformas digitales, algoritmos e Inteligencia Artificial (IA), utilizando grandes volúmenes de datos (Big data), incorporando el uso de Internet y sistemas de computación en la nube, entre otras tecnologías.
Esta incorporación de nuevas tecnologías a los procesos productivos, es un fenómeno fruto de un proceso que comenzó a cobrar notorio impulso en la última década del siglo pasado, que continuó su desarrollo durante las dos primeras décadas de este siglo, y que, indudablemente, se aceleró en el marco de la pandemia por el COVID-19, llevando al mundo del trabajo a implementar definitiva e irreversiblemente las herramientas digitales como un medio más dentro de la organización empresarial para la producción de bienes y la prestación de servicios.
El impacto que producen las nuevas tecnologías en el mundo del trabajo es innegable, generando nuevos desafíos en los distintos campos de estudio del derecho social.
Uno de los interrogantes más debatidos y que llevan la atención de distintos sectores de la sociedad es la consecuencia que la implementación de tecnología digital (algoritmos e IA) en la producción podría causar en los puestos de trabajo actuales, reemplazando la mano de obra humana, sin la creación de nuevas tareas que reemplacen o que compensen las quitadas por la tecnología.
En un reciente informe del Foro Económico Mundial se ha sostenido que en el próximo lustro un 23% de los puestos de trabajo se verán afectados por las tecnologías digitales, en particular por la IA y los algoritmos.
Ante esta realidad se han alzado en distintos sectores preocupaciones respecto de las posibles pérdidas de puestos de trabajo, basado ello en el denominado “desempleo tecnológico”.
Para atender esta preocupación, cabría analizar lo sucedido en las anteriores revoluciones industriales que hemos atravesado. Las máquinas de vapor, la electricidad, las líneas de producción, los medios de transporte, etc., implicaron cambios significativos, que, si bien en el corto plazo produjeron notorias pérdidas de puestos de trabajo, no suprimieron el trabajo humano, siendo que en el mediano plazo esa situación de pérdida laboral fue revertida.
Pero ello no equivale a decir que el mundo del trabajo se mantuvo incólume. Muy por el contrario, hubo profundas transformaciones que generaron cambios estructurales masivos tanto en las relaciones sociales como laborales.
Una de las facetas de estos cambios es la necesaria adaptación de los trabajadores a nuevas formas productivas. Y en relación, la obligación de los Estados de crear nuevas protecciones normativas tendientes a nivelar los poderes contractuales del sinalagma contractual laboral, atento a que la tecnología ha agrandado significativamente la desigualdad entre los sujetos del contrato.
En definitiva, todo cambio trae aparejado consecuencias. No obstante ello, cabe preguntarse por qué debería esta nueva revolución en el mundo del trabajo no seguir la tendencia de las anteriores, es decir, la muerte de algunos puestos de trabajo y el nacimiento de otros tantos nuevos.
En la edad medieval, los monjes copistas en los centros monásticos copiaban manuscritos religiosos en forma metódica. Esta actividad perdió relevancia con la invención de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg en el siglo XV. Posteriormente se fue desarrollando la industria gráfica, que permitió la reproducción a gran escala y de muy bajo coste. Pero las impresiones debían realizarse en centros especializados hasta el advenimiento y difusión de las computadoras personales y sus impresoras, desde las de matriz de puntos hasta las láser.
Finalmente en nuestros días se recurre a los formatos digitales visualizados en pantallas y no a las impresiones sobre papel.
En casi cinco siglos vieron aparecer y desaparecer industrias, trabajos (algunos altamente especializados y desarrollados por trabajadores altamente calificados), y esta mecánica se ha venido reproduciendo en ciclos cada vez más veloces. El proceso en esta revolución industrial basada en las TICs, la IA, los algoritmos y la digitalización no será diferente. Lo que será diferente, sin lugar a duda, será su velocidad de implementación.
Los trabajos que serán más susceptibles de ser reemplazados por las nuevas tecnologías serán, en primera medida, aquellos que requieren una menor calificación y los que involucran tareas rutinarias o aquellas formas de trabajo intelectual que tienen poca necesidad de interacción humana, típicos del trabajo administrativo.
Automatizar los trabajos de baja calificación generará la necesidad de capacitar y dotar de nuevas habilidades a los trabajadores y trabajadoras para que puedan reinsertarse en el mercado laboral.
Por otro lado, los puestos altamente calificados en ocupaciones que implican un alto nivel de tareas no rutinarias pueden usufructuar los aportes de la IA y los algoritmos, al complementar sus tareas y aumentar su productividad.
Partiendo de esa premisa, teniendo en consideración las experiencias anteriores y en base al impacto que la adopción de las TICs y las nuevas tecnologías han tenido sobre las relaciones laborales, podemos presuponer que, en un primer momento, la adopción de estas formas tecnológicas de mediar el trabajo sustituirá algunos trabajos (los que requieran menor preparación, los que sean de índole repetitiva, aunque involucren cierta preparación, los que puedan ser parcializados en tareas, etc.). Esto no es un fenómeno novedoso, ya que el mismo proceso se ha dado en anteriores revoluciones industriales, pero es importante tener en cuenta que esto indudablemente influirá negativamente en el mercado laboral, siendo foco de conflictos sociales. Ello evidentemente se verá exacerbado por la velocidad de los cambios.
Aunque se ha podido comprobar que en medio de este proceso se han creado, y se seguirán creando, nuevos trabajos también basados en tecnologías, esto plantea dos cuestiones. En primer término, los períodos de ajuste entre la desaparición de los viejos puestos de trabajo y los nuevos, así como también la cantidad de puestos involucrados provocarán períodos de ajustes que podrán ser más o menos prolongados.
Por otra parte, los trabajadores y trabajadoras desplazados, en particular cuando se trate de los menos calificados, no siempre estarán capacitados para adaptarse a los nuevos puestos de trabajo.
En ambos casos, ello resultará en un aumento del desempleo en estos períodos para esos grupos, que indudablemente desequilibrará aún más la relación de poder en favor de los empleadores y el capital. Un proceso en esencia similar al que se ha venido dando hace ya algunas décadas debido a la globalización, solo que facilitado en muchos casos por las TICs.
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